jueves, 17 de enero de 2013

'El infierno son los otros'


… Tú sabes como es ella; de cuando en cuando se va a pasar una temporada en el infierno; siempre regresa, de todos modos. – le dijo uno de los mejores amigos de ella. Se conocían hace algún tiempo y ahora también se consideraban mutuamente amigos.

            Perséfone había partido de noche. Tan sólo se disolvió en medio de una conversación desvelada y eso había sido todo. Se había llevado incluso su eco.

             Cada hora en su ausencia pareciese que algo más se apagaba allí.

            Perséfone debía pasarse una temporada en el infierno, cada año.

            Debía de oler a flores – pensaba – Sí, Perséfone debía oler a flores frescas, de momento. Luego se marchitarían.

            Perséfone siempre olía a flores.

            Debía tener las mejillas coloreadas. Así la evocaba, alegre muchacha de mejillas sonrojadas. Sonriendo al alba, con mirada profunda...

            Perséfone siempre sonreía.

            Se paseaba de arriba a bajo, como un león en su jaula. Una jaula inmensa.                              

            A ratos le parecía que ella se había tomado en serio la última broma.

            “-No podrías vivir sin mí.

             -No lo sé... deberíamos probar – dijo ella pensativa.

             -¿Cómo...?

             - Pues me voy una semana completa, si no regreso, es que me morí.”

            Perséfone era así. Quizás esta vez también, alguna parte de su ser, se tomó la broma como una afrenta, como un reto...

            Perséfone era capaz de no regresar jamás por demostrarle que ella estaba en lo cierto.

            Se sentó a esperar los días y los días. O lo que suponía que eran los días. El sol no existía allí; así que era difícil saberlo. Todo era distinto cuando Perséfone estaba allí, claro. Ella juntaba sus manos y en medio de sonrisas las elevaba al cielo oscuro, creando una esfera brillante de color azul; ese era su sol propio.

            Ella decidía cuánto duraban los días, qué tan inmensas eran las noches...

            La soledad le abrumaba. Quizás nunca debió traerla de regreso. En un principio, era feliz sin ella... no la conocía, claro, no había modo alguno de extrañar lo que se desconoce.

            Mataba el tiempo – con lo redundante que eso era – arrojándole piedras al río. Quizás incluso al barquero cuando estaba de malas. No podían decirle nada, después de todo, era su casa y hacía lo que se le venía en gana.

            A veces creía oír las canciones de ella. En esos momentos se precipitaba hacia la entrada para darse cuenta de que solamente había sido el viento del Averno.

            Miraba a través de su espejo. Había tantas mujeres reflejadas ahí, y ninguna era Perséfone. Ni remotamente se le parecían.

            - Mira nada más éste chiquero.

            Nunca había estado tan feliz de que alguien le refunfuñara al oído.

            - Oh... ¡Eres un descuidado! – Se quejó Perséfone dándose vueltas por la sala.

            Poco a poco sus colores iban regresando.

            - Y yo que pensaba que la primavera estaba fatal... pero esas flores desperdigadas a diestra y siniestra por aquí y por allá no tienen NADA que envidiarle al inframundo. El mismo caos, sólo que el otro estaba más colorido.

            Se cruzó de brazos, frunció el ceño y se largó a reír.

            - Por cierto que gané, sobreviví sin ti más de una semana. Han sido seis meses.

            - Oh, vamos, esos no cuentan... – le sonrió él.

            - Seis meses y no haz dejado de ser un tramposo.

            - Seis meses y tienes el descaro de decirme que ganaste. Era claro que no ibas a morirte.

            Se rieron los dos.

            Cada año era la misma broma.

            - Suerte que la próxima temporada en el infierno está lejos, aún – dijo Perséfone.

            Claro, todo mundo conoce la versión de Démeter sobre la historia, pero nadie, en el mundo, conoce la de Hades y la de Perséfone.

No hay comentarios:

Publicar un comentario